J.C. Arriaga
Arriaga nació en Bilbao el 27 de enero de 1806 y falleció en París el 17 de enero de 1826. En numerosas ocasiones los críticos españoles han exagerado la falta de preparación académica de Arriaga para, de este modo, hacer hincapié en sus extraordinarias cualidades naturales; pero esta imagen en la actualidad tiende a matizarse resaltando la importancia de la formación musical recibida tanto en sus primeros años en España como en su posterior estancia en Francia. Recibió sus primeras lecciones musicales de su padre, Juan Simón de Arriaga, a la sazón, organista de la iglesia de Berriatúa. Más tarde y dadas las cualidades del niño, el padre consigue que se convierta en discípulo de Faustino Sanz, violinista de la capilla de música de la basílica de Santiago. En esta misma época y pese a su juventud, empieza a frecuentar las sociedades musicales, germen de las futuras sociedades filarmónicas y orquestas en donde comienza a representar y a componer sus primeras obras por las que es reconocido y admirado. Es en este ambiente cuando a los once años compondrá el octeto Nada y mucho (1817), para trompa, cuerda, guitarra y piano. A esta composición seguirán otras en la misma línea, hasta que finalmente se decida, con trece años, emprender obras de mayor envergadura como la ópera en dos actos que lleva por título Los esclavos felices (1819).
Dadas sus cualidades, su padre decide que ha de trasladarse a París para continuar sus estudios musicales, de este modo en 1821, con quince años marcha a la capital francesa matriculándose en su conservatorio en donde estudiará contrapunto y fuga con Fétis y violín con Baillot. Su rápido progreso y sus grandes dotes para la composición, hicieron posible que a partir del curso 1823-1824 fuera nombrado profesor ayudante de Fétis y comenzase a impartir las disciplinas de las que sólo dos años antes era un alumno.
La primera obra importante que escribe en París será una fuga a ocho voces llamada Et vitam venturi, obra de concurso que fue premiada y que se perdió tras la muerte de Arriaga. A ésta siguió una serie de Tres cuartetos acerca de los cuales afirmaba Fétis que “... es imposible imaginar nada más original, más elegante, ni escrito con mayor pureza que estos cuartetos...” Finalmente, en los últimos dos años de su vida, compondrá una obertura pastoral para su ópera Los esclavos felices, una Sinfonía grande orquestaMisa en cuatro voces, un Salve Regina y un Stabat mater para coro y orquesta, además de varias arias, duos, cantatas y quintetos.
El inesperado y prematuro fallecimiento del compositor fue la causa de que la obra de Arriaga permaneciera desconocida hasta mediados de la década de los ochenta del siglo XIX, momento en el que un descendiente del bigrafiado recupera algunas piezas, en especial cuartetos, que entrega a la sociedad de cuartetos de Bilbao, quien se hace eco de ellos representándolos en sus actuaciones en los distintos salones de la capital vasca. En 1887 se crea en Bilbao la comisión permanente Arriaga, presidida por Emiliano Arriaga (descendiente del compositor) y cuya finalidad será la de dar a conocer la obra de Juan Crisóstomo por medio de las representaciones de sus piezas, así como la obtención de beneficios con los cuales poder dar a la imprenta y por tanto difundir por otras sociedades españolas esas mismas piezas.
Centrándonos ya estrictamente en la obra del compositor, ésta se puede dividir en tres grandes géneros. Por un lado su obra religiosa, por otro la sinfónica y finalmente la dramática, todas ellas abarcan un total de unas veintitrés piezas, algunas de las cuales se han perdido, otras no están publicadas, pero conservadas en el Museo Arriaga, y finalmente otras publicadas a finales del siglo XIX de las que se sospecha la existencia de algunos cambios introducidos al darlas a la imprenta. Circunstancias, todas ellas, que han dificultado enormemente la catalogación de la producción musical.Sus obras más importantes, consideradas por algunos como obras maestras, son La sinfonía a grande orquesta, los Tres cuartetos y la obertura para los Esclavos felices. Todas ellas revelan una técnica muy sólida y un gran dominio de la forma. Recuerdan en gran medida a otras composiciones de Mozart, Cherubini o Rossini, si bien todas ellas tienen el sello personalísimo de Arriaga. Esta circunstancia se puede observar en los Tres cuartetos, en donde si bien comienza con un tipo de sonata clásica que debe mucho a alguno de los compositores anteriormente señalados, introduce en ella una serie de nuevos y originales elementos que la acercan al Romanticismo musical y que son verdaderas innovaciones y creaciones propias de Juan Crisóstomo, tal es el caso de la introducción de movimientos en forma de rondó, o la inversión en el orden de la presentación de los temas o de la recapitulación.
Si de alguna forma se ha de concluir esta breve biografía, no puede ser otra que señalando el hecho de que la temprana muerte y la posterior pérdida de los escritos del compositor, ocasionaron que la obra, pese a su importancia, no pudiese ejercer ninguna influencia en la música española de las décadas posteriores, circunstancia que contrasta grandemente con la valoración altamente positiva que a lo largo del siglo XX han realizado sobre la misma los críticos e historiadores musicales.
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